El Convento de las Madres Concepcionistas Franciscanas tiene su origen como casa de servidumbre, o de oficios, de los infantes reales hijos de Carlos IV. En un principio fue concebido como palacete de uso residencial de estilo neoclásico, guardando apreciable similitud con la Casa del Labrador de Aranjuez.
A mediados del siglo XIX, el edificio es cedido a las Concepcionistas Franciscanas por orden de la reina Isabel II. Es, entonces, cuando la casa sufre una sustancial transformación para adecuarse a convento.
El acceso central se mantiene, si bien se le añade una celosía de madera para las monjas. Además, se abre un nuevo acceso (actual puerta de entrada al templo), cegándose las dos ventanas a los lados del mismo. Asimismo, se añade el campanario, dándole la definitiva imagen de templo.